miércoles, 28 de octubre de 2009

El Constructivismo...la realidad.

Quizá no tuvimos la inmensa suerte de poder conocer la vara con que en antaño los profesores se hicieron notablemente conocidos, o no pudimos aspirar el olor a polvo de tiza, que cual sílice impregnaba nuestros alveolos. Incrédulos ante las experiencias de nuestros padres o abuelos nos preguntamos qué fue lo que paso que en tan solo algunas décadas la educación parece haber cambiado tanto, primeramente atada a las reformas educacionales y luego al comportamiento de los docentes dentro de las aulas de nuestro país.





¿Es acaso el cambio producido producto de la igualdad? ¿De la justicia? ¿De la equidad social?, NO. Es el eterno afán de un país en “vías de caerse a un hoyo” por imitar la manera de enseñar de países más culturizados (con más bombas), que en la práctica y obviamente con sus recursos, dan buenos resultados. Por lo tanto, se ha adoptado en nuestra educación un modelo constructivista que solamente a algunos privilegiados beneficia, y que para saber beneficiarse de este, hay que entender lo que plantea y tener un poco de amor propio para poder darnos cuenta de que nos estamos jugando, nada más y nada menos que nuestro futuro.

Uno los efectos inevitables de lo ya nombrado es la visión que se crea en los alumnos de su posición tanto dentro de su propia vida como de su papel en la sociedad. Se les quita las amarras restrictivas del funcionalismo y se les da las herramientas para que, en teoría, construyan su propio conocimiento y labren su futuro. La gestión del conocimiento, por lo tanto, está influenciada por los sueños y anhelos de hordas de jóvenes que tienen grabada en sus mentes la idea de que pueden hacer y ser quienes se les antoje, siempre y cuando obtengan un puntaje sobresaliente en la bendita PSU.


¿Que pasaria si un galgo consigue atrapar el sebo?... Lo mismo que pasa si nos detenemos con lo que aprendemos hasta la PSU o solamente lo que nos enseñan.

El constructivismo nos dice que somos responsables de nuestra educación, que vamos a aprender lo que queramos y cuanto queramos. El primer error de este paradigma educacional es que parte de la premisa de que los estudiantes en general aman enormemente el conocimiento y que, por lo tanto no va a ser una barrera restrictiva el enfrentarlos a materias o módulos poco populares. Las metas de cada uno de los millones de estudiantes que se encaran con la educación superior o el mundo laboral delimitan lo que va a ser la gestión del conocimiento adquirido en sus años de estudio. Dejando quizá de lado algo realmente útil por adquirir un conocimiento que les ayude, no a su futuro, si no, a poder llenar los óvalos de una hoja con un espacio para nuestro nombre y RUT. ¿Se debería tentar obsesivamente a millones de jóvenes a obtener un puntaje optimo en una prueba? O bien ¿se debería alimentar la motivación por la adquisición del conocimiento de manera sincera y voluntaria? Esto queda a juicio de los responsables de llevar las riendas del país.

Es nuestro deber para poder hallar sentido y encontrar algo que nos haga crecer en base al conocimiento que dejamos que sea parte de nuestra capacitación, debemos entender y aplicar el constructivismo de tal manera que en un futuro cercano digamos “¡Amo mi trabajo!” y además de esto sigamos aprendiendo, tal como en una ocasión lo planteo Jean Piaget, que lo que aprendamos de verdad nos interese, que no nos haga llegar a una meta estática y ahí detenernos, si no, todo lo contrario que la gestión del conocimiento ya adquirido nos permita seguir construyendo un futuro sin límites.




La carrera del conocimiento no termina, ni es delimitada por un paradigma, si no, solo por cuanto apreciamos el saber...

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